Comentario
¿Conocía Colón las tierras que quería descubrir?
Viejo asunto éste que empezó a gastar tinta y papel a poco de descubrirse América. Los primeros cronistas de Indias recogieron en forma de tradición o leyenda algo que con escasas variantes tenía un mismo fondo: el preconocimiento colombino de lo que descubrió en 1492.
La historiografía colombina y del Descubrimiento ha seguido en este tema dos posturas bien definidas: la de los que rechazan de plano tal supuesto y, por otro lado, la de aquellos que lo aceptan. Aquí no valen las medias tintas ni las matizaciones. Tanto la persona de Colón como su proyecto descubridor cobran distinta dimensión según se analice desde una perspectiva u otra.
Hasta hace bien poco el panorama colombinista estaba abrumadoramente a favor del rechazo sistemático, sin paliativos, de cuanto sonase a predescubrimiento o preconocimiento de tierras al otro lado del Océano por parte de don Cristóbal. Continuaba la línea interpretativa brindada por Hernando Colón y Bartolomé de Las Casas, cantores como nadie del Colón genial, intuitivo, soñador, especulativo y sabio, a la par que luchador incansable contra todo y contra todos.
El siglo XIX, con sus aires románticos y de celebraciones centenarias, sintonizaba perfectamente con el enfoque dado a esta figura, encaramada entre brumas y nebulosas al primer plano de la Historia Universal. El reto para los estudiosos posteriores fue intentar explicar razonablemente tantos enigmas y contradicciones como envolvían al descubridor desde la perspectiva, eso sí, del rechazo rotundo del predescubrimiento54.
Los defensores de la teoría del preconocimiento colombino o predescubrimiento pueden ser divididos en dos grupos: el primero se remonta a los años finales del siglo pasado y se prolonga hasta los años treinta aproximadamente. Son muy contados nombres, algunos excesivamente hipercríticos, y de ánimo muy polémico, lo que desdibujó un tanto sus tesis55. Más que abrir camino hacia el reconocimiento público de dicha teoría y ganar partidarios, sirvieron de revulsivo a sus oponentes, que multiplicaron sus trabajos ensanchando en algunos casos los conocimientos colombinos y en otros enturbiándolos, que de todo hubo.
El segundo grupo data, como quien dice, de anteayer. De anteayer sus trabajos, se entiende, porque no les faltan ni años de colombinismo activo ni mucho menos conocimiento profundo del descubridor y del Descubrimiento. Dos nombres pueden ser elevados a la categoría de renovadores definitivos de esta teoría, y a la luz de la misma de todos los estudios colombinos y del descubrimiento de América: Juan Manzano y Manzano y Juan Pérez de Tudela y Bueso.
Manzano, hace sólo ocho años, sacó a la luz un libro de larga resonancia, pormenorizado y exhaustivo que tituló Colón y su secreto. Significaba la revisión más completa, sugestiva y novedosa del predescubrimiento de América; una idea que se creía arrinconada ya, y que ahora, de la mano de una pluma bien distinta de las de antaño, reverdecía con gran rigor histórico. A través de la leyenda del piloto anónimo, informante de Colón allá por 1477-78, año más, año menos, según Manzano, cobraba nuevo sentido interpretativo todo lo relacionado con el descubrimiento de América y su protagonista. No es exageración si definimos este libro como un hito merecedor de poder decir que la teoría de predescubrimiento era una cosa antes de Manzano y después de él, otra muy distinta.
Hace un año y poco más, Pérez de Tudela, cuando muchos, infundadamente, lo creían alejado del colombinismo, nos sorprendió con un trabajo denso y muy compacto, propio tan sólo de un hombre de ancha preparación humanística y saberes varios, que tituló Mirabilis in altis. Partiendo del reconocimiento del hecho predescubridor que había hecho Manzano, discrepa no obstante de él en la forma o canal transmisor, a través del cual dicho conocimiento llega a Colón. Para Pérez de Tudela se producirá a través del encuentro e información de unas Amazonas amerindias --hacia 1482-83-- y no de un piloto anónimo. Pero no es lo anecdótico de esas mujeres aguerridas lo que importa destacar aquí sino las asociaciones de ideas, relaciones culturales y religiosas producidas en la mente colombina que adquieren protagonismo en este libro. De cualquier manera, la grandeza de esta obra radica, a nuestro entender, sobre todo y por encima de todo en la explicación coherente y lógica del mundo interior colombino, de ese edificio ideológico, articulado a partir de unos hechos conocidos por el gran navegante, que conforman su plan descubridor, haciéndolo muy razonable desde esas claves.
Para concluir, sirva decir que el gran punto de coincidencia de estas dos importantes obras reside en el hecho capital de hacer a Colón conocedor de lo que hay en la otra Orilla del Océano. Defienden sus autores que dicho conocimiento le ha llegado al navegante a través de otras personas, no por sí mismo; es decir, descartan rotundamente un viaje secreto de ida y vuelta por parte de Colón.
Sin embargo, y dejando a un lado lo llamativo de si fue un piloto anónimo (tesis, por otro lado, con más visos de verosimilitud) o bien unas Amazonas amerindias que perdieron su rumbo en plena huida o a las que el mar se lo hizo perder, conviene resaltar otra discrepancia mucho más profunda: la valoración que cada uno de estos autores hace del descubridor y de sus ideas.
Para Manzano, Colón es una personalidad sorprendente y genial sólo mientras trate de demostrar a los demás lo que sabe de antemano. Fuera de eso, le merece una consideración bastante pobre, con errores de principiante, fruto de una formación muy escasa, y que hace gala de un gran empecinamiento.
Pérez de Tudela, por el contrario, asigna a la personalidad colombina un sentido religioso-profético capital, que empapa todas sus acciones, ideas y proyectos con esa trascendencia de sentirse siervo elegido por la Providencia para cumplir su misión. Con la seguridad del predestinado rectifica a quien haya que rectificar y elabora teorías originales y grandiosas.